Por Clodovaldo Hernández
Un amigo que labora como obrero en un instituto educativo privado (de los llamados “de élite”) me envió, muy alarmado, mensajes de texto para contarme que los estudiantes de varias secciones de educación Media se negaban a entrar a clase. “Están alzados”, escribió. Le pregunté por qué y me contestó: “Porque les da la gana”.
Al parecer, los muchachitos de entre 12 y 16 años aprovechan el estado general de insurrección que han decretado sus papás, mamás, abuelos, abuelas, hermanos y hermanas mayores, profesores, así como alcaldes, figuras políticas, periodísticas y faranduleras de la oposición pirómana, para declararse libres de toda autoridad y disciplina, incluyendo la de todos los anteriores. Bueno, señoras y señores: ahora “vean a ver” qué hacen.
La mezcla de la natural rebeldía adolescente de los pichurris con los afanes guarimberos de mamá y papá es algo explosivo. Si usted tuviera 13 años y viera todas las noches a su mami maldiciendo al presidente constitucional de la República, golpeando frenéticamente una olla e instigando a su hermano mayor para que salga a quemar basura, quitar alcantarillas y armar barricadas, ¿cuál podría ser su idea del mundo?, ¿qué de raro tendría, en ese contexto, que usted pretendiera luego darle un cacerolazo, montarle una guarimba o quemarle el carro al profesor de Física porque “ese viejo es un atorrante”?
Si usted fuera un tarajallo de 16 y observara a su papá cuarentón dándoselas de Rambo tropical, ataviado con un pasamontaña, hablando en clave de película gringa a través de Zello, encompinchado con otros barrigones de la urbanización para poner guayas en los postes y “neutralizar a los monos”, dígame francamente: ¿no le entrarían ganas de ir al colegio a practicar eso que llaman el bullying contra cualquiera que tenga la piel oscura, fama de chavista o cara de pendejo?
Si usted fuera una quinceañera bonita del “este del este” y presenciara cada noche cómo su mamá, exitosa ejecutiva de una importante empresa, se transfigura en candidata a uno de esos programas sobre mujeres asesinas y sale a presionar a sus vecinas para que vayan a guarimbear “o se atengan a las consecuencias”, ¿no se sentiría usted inclinada a agarrar por las greñas a la otra quinceañera, “la ridícula esa”, que le quitó el novio?
Los cabecillas de la sublevación de la clase media creyeron que podían enfocar la violencia, la insubordinación, el bochinche en contra del gobierno nacional, pero ya está más que demostrado que después de abrir la caja de Pandora, no hay quien vuelva a poner en su sitio a los demonios. No consideraron la posibilidad de que la desobediencia sifrina se volviera endógena. Así que ahora papis, mamis, profes, empresarios, es cuándo van a saber lo que significa una guarimba, pero dentro de la casa, del colegio, de la universidad, del centro comercial. Cálensela.
(clodoher@yahoo.com)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario