Por Rafael Flores*
Fe y consciencia son las armas para derrotar la agresión imperial. Fe en que nuestra determinación a ser libres cuenta con la bendición de Dios. Conocimiento de que nuestro fin es la Justicia y para lograrla necesitamos ser libres. Esta determinación de los venezolanos no es por ambición de poder y riquezas, no emprenderemos una saga de conquista para subyugar a otros pueblos, someterlos a nuestra dominación y despojarlos de sus riquezas. Nuestro motivo es construir una sociedad donde reine la justicia y no hemos podido, pues jamás fuimos libres para hacerlo y precisamente, la libertad que recién conquistó la Revolución Bolivariana está en peligro, frente al depravado propósito imperial de someternos otra vez a su dominio.
Queremos ser libres para decidir nuestro destino, formar a nuestra nación en valores que no sean egoístas: justicia, solidaridad, responsabilidad social; decidir como emplear nuestras riquezas, desarrollar a gran escala la investigación científica y tecnológica, la producción agrícola e industrial; proseguir la construcción del sistema educativo gratuito, de la más alta calidad. Proseguir el desarrollo de nuestro sistema de salud, público y gratuito, accesible a todos, igualmente de la más alta calidad. Sin embargo, nuestro motivo fundamental es la vocación que Chávez inició y Maduro prosigue: hacer uso con justicia de las riquezas naturales que Dios nos concedió, para las necesidades de todos los venezolanos, con prioridad a los más urgidos y compartir parte de ellas con pueblos hermanos latinoamericanos y caribeños más necesitados; no para regalar, para compartir lo que cada pueblo tiene, en intercambio solidario, respetuoso de la dignidad de quien recibe de nosotros y recibir de ellos con respeto por lo que nos dan a cambio.
Al otro lado de esta guerra está el imperio y sus lacayos: mercenarios, quienes reciben un pago por el daño que hacen e ignoran que vienen a morir, de manos de Dios Todopoderoso. Políticos y comunicadores, igualmente mercenarios, quienes desde la distancia, y sin escrúpulo alguno, conducen a sus seguidores por el camino del mal, incluso hacia la muerte. La burguesía egoísta; ambiciosa, despiadada, asesina, traidora. Esta representa el mal en su expresión más depravada, almas individuales de traición y de vilezas y, cuando actúan de manera colectiva, por imposición del amo ocasional, autora de las hechos más horrendos que registra la Historia de la humanidad.
En las guarimbas, como nombramos los venezolanos los actos violentos que ejecutan hoy lacayos del imperio, contemplamos de manera excepcional al mal: paramilitares quienes asesinan a gente de su bando, a nuestros guardias nacionales, a inocentes quienes cruzan sus espacios de violencia; pero no lo peor. El imperio que les paga es mucho peor, y se oculta sin embargo tras una expresión más despiadada, la del mal en su expresión más infinita, que contemplamos en gestos de adultos y jóvenes cuando queman y sus rostros resplandecen de satisfacción, iluminados por las llamas, al caer un inocente, un guardia nacional o alguno de los suyos. La lucha que se libra en Venezuela es en realidad la lucha entre el bien y el mal.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario